Capítulo 7: Conciencia y Autoconciencia.

Capítulo 7: Conciencia y Autoconciencia.

“Veo el mundo, oigo el mundo, siento el mundo, me percibo como parte de, y en, el mundo”.

El fenómeno de la conciencia y la auto-conciencia han sido objeto de numerosos análisis a través de la historia.

Posiblemente sea el problema más profundo al que puede abocarse el conocimiento humano.

Sin duda no tenemos aún respuestas científicas acabadas sobre esto, y pasará algún tiempo antes de que las tengamos, si es que.

No obstante, dado que constituye un desafío tan fascinante, en los próximos párrafos intentaremos dar una interpretación, aunque sólo sea inicial, de estos fenómenos, utilizando como instrumento para ello nuestra poderosa teoría del Binomio Cerebral Primario-Secundario.

“Veo un automóvil que se desvía de su pista en forma súbita. No sé la razón. Es una falla mecánica? Su conductor está sufriendo un ataque de algún tipo? Está ebrio?Ni siquiera alcanzo a analizar demasiado estas opciones, puesto que me alarma más lo que veo: el automóvil se dirige hacia un paradero donde se encuentra una persona mirando en sentido contrario, por lo que no advierte el peligro que está corriendo.

Por un instante no sólo soy un observador conciente de un hecho dramático que ocurre exactamente en “tiempo real”, sino que las circunstancias me ubican como como un observador-analizador privilegiado: en este cortísimo instante soy capaz de predecir el futuro: el automóvil, de seguir su trayectoria, golpeará al peatón.

Mis temores se cumplen inexorables, mientras dudo entre correr hacia la persona o gritarle, ambas opciones inútiles dada la velocidad de los acontecimientos, el auto golpea a la persona, lanzándola a unos 10 metros de distancia, y termina chocando contra una pared ubicada tras el paradero.”

Desde el momento en que el observador advierte el peligro hasta que el auto atropella al peatón han transcurrido menos de 2 segundos.

En este tipo de experiencia el observador sufre una serie de fenómenos simultáneos: por una parte “siente y presiente” una situación de peligro aún antes de ser capaz de comprender y analizar cabalmente todo su significado y alcance.

Este proceso, que denominaremos Pre-conciente, ocurre en el Cerebro Primario, pre-programado, instintivo, irreflexivo, diseñado para permitirnos respuestas automáticas muy rápidas.

Junto con esto, pero en forma un poco más lenta, el cerebro secundario también reacciona, analizando no sólo el hecho mismo, sino sus implicancias inmediatas y a más largo plazo.

El cerebro primario insta al observador a reaccionar con prontitud, advertir a la posible víctima, correr hacia ella, etc., con el objeto de evitar el daño.

Dependiendo del tiempo con que el observador cuente, y de la influencia relativa que en su caso particular tenga su cerebro secundario, podría ser posible que apoye o frene el impulso generado por el cerebro primario.

De toda esta interacción dependerá la conducta del individuo.

Si hay más de un observador, podrá producirse una variedad de reacciones en cada uno de ellos: algunos gritarán, otros correrán, otros se tomarán la cabeza y cerrarán los ojos para no ver el impacto, etc, etc, según hemos caracterizado la infinita VARIABILIDAD con que se conforma el binomio cerebral Primario-Secundario de las personas, en los capítulos anteriores.

Para que exista “conciencia” de cualquier cosa, es imprescindible la existencia por una parte, de “lo observado”, y por otra, la existencia de un “observador”.

Pero se necesita más: el observador debe tener una capacidad de análisis tal sobre lo que observa, que le permita no sólo “comprender” lo que ocurre en sus implicancias inmediatas y futuras, sino que debe tener la capacidad potencial o real de “reaccionar” e intervenir de alguna manera, en su desarrollo.

(O al menos debe ser capaz de imaginar la “posibilidad” de realizar esta intervención, aunque ella realmente no exista).

Más aún, por mucho que queramos “independizar” al máximo el accionar puramente reflexivo del cerebro secundario, debemos comprender, aceptar y reconocer en toda su brutal importancia, que el cerebro secundario nunca es capaz de aislarse totalmente de la potente emocionalidad que envía el cerebro primario, tanto mayor cuanto más dramáticos sean los hechos o conceptos vividos o analizados.

En último término, este elemento es esencial, dado que le brinda el componente volitivo, el impulso, el que genera el objetivo y la justificación de su existencia, al ser humano.

Esta “esencia humana” está dada por la íntima interacción de cerebro secundario y primario.

“Veo las estrellas en la noche, siento la emoción intensa que me produce su contemplación, soy conciente de la existencia del universo…imagino la posibilidad de tomar una nave que me permita viajar por el espacio hacia ellas”.

En el primer ejemplo el observador es conciente de un hecho grave aún antes de que éste se materialice, y también es conciente de él mientras se materializa.

Tenemos entonces un observador al cual caracterizamos no sólo como conciente, sino que también como preconciente, dependiendo de a cual de sus cerebros nos refiramos.

De ambos, el más conciente es el cerebro secundario, puesto que posee recursos que el cerebro primario no posee: tiene memoria, imaginación, y capacidad de análisis.

Utilizando su cerebro secundario, la persona es capaz de situarse, desde el punto de vista reflexivo y analítico, a “cierta distancia” del hecho observado. Esto le permite tomar más fácilmente la condición de observador-analizador.

La idea de que los humanos somos concientes del mundo que nos rodea es en general fácil decomprender y aceptar para la mayoría de las personas. Se nos da como algo natural.

Al mismo tiempo, al observar al resto de los mamíferos que nos rodean, especialmente aquellos que tenemos más cerca, como nuestras mascotas, deducimos y en general estamos más o menos de acuerdo que éstos tienen una conciencia mucho más limitada que la nuestra, existiendo algunas personas que les niegan el poseerla en absoluto.

Son los animales concientes de su propia existencia?

Reaccionan exclusivamente en base a sus instintos?

Aquellas destrezas que algunos de ellos son capaces de aprender, acaso implican la existencia de un atisbo siquiera de desarrollo, aunque sea sólo muy inicial, de un cerebro secundario?

Tienen alma?

En este punto de nuestras reflexiones, va quedando cada vez más claro, que desde la perspectiva de nuestra teoría, el “corazón” de literatos y otros artistas corresponde a nuestro cerebro primario, en tanto el alma debe corresponder a la expresión más elevada y evolucionada, más “humanamente enaltecida” del cerebro secundario.

(Es éste un contrasentido respecto de la reflexión anterior sobre la “esencia humana”?)

Si el fenómeno de la conciencia ya nos resulta complicado, y ha sido objeto de profundo estudio y debate en todo el tiempo conocido de la especie humana, tal vez comprender la Auto-conciencia pueda ser aún más difícil.

Somos concientes de nuestra existencia, podemos ser muy concientes (pero también muy poco), de nuestros actos, tenemos certeza de que moriremos algún día.

Nos miramos en el espejo y nos vemos, nos reconocemos, sabemos que existimos. Por algún motivo nuestras mascotas no acostumbran ni a mirarse ni a reconocerse, como propios o ajenos, en los espejos. (Si es que están desarrollando sus cerebros secundarios, realmente han avanzado muy poco, parecen ser puro instinto y sentimiento, por ello quieren y son queridos tan incondicionalmente, si es que tienen alma, debe ser aún muy chiquita).

La comprensión del fenómeno de la autoconciencia es mucho más simple si contamos con que nuestra teoría de la existencia del cerebro primario-secundario es cierta (ver capítulos anteriores).

En base a ella podemos comprender que tenemos, dentro de nuestra caja craneana, integrados, (aunque sea de manera imperfecta) los dos elementos imprescindibles para que ocurra la conciencia, que en este caso llamamos Auto-Conciencia; el ente observado: el cerebro primario, y el ente observador-analizador: el cerebro secundario.

El ente observador-analizador, nuestro cerebro secundario, es quien tiene la capacidad de “situarse a cierta distancia” y reconocer la existencia (y presencia) del cerebro primario.

Así, el ente donde se originan nuestros instintos, emociones, el gusto por las cosas de la vida, que es nuestro cerebro primario, es reconocido en su presencia y por tanto en su existencia, por el ente que es capaz de crecer y desarrollarse funcionalmente, de adquirir información y utilizarla, que es capaz de analizar lo inmediato y lo futuro, que es capaz de percibir la influencia del cerebro primario, o sea nuestro cerebro secundario.

Establecemos así un paralelo lógico y coherente para el cumplimiento de las condicionantes del fenómeno de la conciencia, tanto en la situación persona observador-analizador respecto de su entorno externo, (el observador y lo observado-analizado) como también al INTERIOR de la propia persona, lo cual le permite ser auto-conciente, dado que cuenta con ambos entes integrados en su encéfalo, pero FUNCIONALMENTE SEPARADOS O SEPARABLES, cerebro secundario y primario.

Incorporamos así este análisis de la conciencia y la autoconciencia en nuestra Teoría de la Conducta Humana, y su pregunta central: Cuáles son sus verdaderas determinantes?

Sin duda estos párrafos constituyen sólo una primera aproximación al problema, plantean algunas explicaciones coherentes y bastante lógicas, al mismo tiempo que originan muchas nuevas interrogantes.

Así, constituyen una base de trabajo para seguir elaborando sobre el tema.

Terminaremos, por ahora, con la siguiente reflexión:

Cual es el alcance analítico y funcional del cerebro secundario? Sin duda es una capacidad que está en permamente desarrollo. Su creciente influencia sobre el cerebro primario es un hecho indesmentible, y se ve reflejado en el progreso general de la civilización y de la civilidad de la conducta de los humanos, por mucho que el cerebro primario tercamente insista en seguir provocando hechos inhumanos, que esperemos puedan ser cada vez más aislados y minoritarios con el paso de las generaciones.

En la medida que el conocimiento científico y tecnológico aumenta a pasos agigantados, materias que en el pasado han sido propias del mundo de la religión, de la filosofía, de la psicología, comienzan a incorporarse cada día más al mundo de la biología, en particular a todas las disciplinas que constituyen este nuevo y fascinante ámbito de la Neurociencia.

Así, esta nueva Teoría de la Conducta Humana pretende anticiparse a la comprobación científica del funcionamiento cerebral, utilizando como base esta capacidad del Cerebro Secundario, que nos caracteriza a los humanos como seres únicos entre todos los seres vivos de cuya existencia somos concientes.

Jorge Lizama León.

Santiago, Septiembre, 2008.