Capítulo 4: Doble Cerebro y Tendencias Primarias.

Capítulo 4: Doble Cerebro y Tendencias Primarias.

 

En este punto, y utilizando los elementos expuestos en los capítulos anteriores, podemos comenzar a esbozar un esquema un poco más elaborado de cómo podría ser la organización gruesa de funcionamiento de la mente humana respecto de los factores que determinan y/o afectan la toma de decisiones y por tanto la conducta de cada individuo.

 

 

Si bien estos planteamientos tienen una base teórica donde se integran por una parte la información científica incompleta hoy disponible, la observación empírica de la conducta humana, y la reflexión pura, puesto que aún no disponemos de información acabada ni una tecnología capaz de estudiar con precisión el cerebro humano en el nivel neuronal más fino , este trabajo pretende plantear una alternativa distinta, más lógica y menos idealizada, respecto de porqué el ser humano se comporta tal como lo hace en el mundo real, en forma muchas veces tan egoísta, cruel, violenta y deshumanizada, y en otras, con tanta entrega altruista y generosa, en beneficio de los demás.

 

 

Recapitulando, recordemos que en nuestra teoría el ser humano cuenta en realidad, desde el punto de vista funcional, no con uno, sino con dos cerebros, de distinto tiempo evolutivo: el cerebro primario, más parecido y comparable al de los demás mamíferos, y el cerebro secundario, o neocerebro, que es el que lo distingue de aquellos, dándole las características y capacidades humanas más elevadas, que le son propias y únicas.

 

 

 

 

 

 

No es posible ni conveniente pretender una caracterización anátomo funcional precisa entre ambos cerebros, por una parte por no contar aún con la tecnología necesaria, y por otra, porque a través de sus miles años de evolución, es muy probable que en el encéfalo humano se haya ido produciendo una modificación en la asignación de funciones de zonas o estructuras que originalmente tenían otro propósito. Ello unido a la enorme capacidad de asociación interzonas, caracterizadas por complejos sistemas de retroalimentación tanto positiva como negativa entre ellas. No obstante lo anterior, es claro que el cerebro secundario se asienta fundamentalmente (pero no exclusivamente), en la gran masa cortical de ambos hemisferios.

 

 

No resulta igual de claro cual sería la distribución anatómico-funcional del cerebro primario, pero con toda probabilidad su funcionalidad incluye áreas cerebrales más primitivas desde el punto de vista evolutivo: troncoencéfalo, mesencéfalo, y muy posiblemente comparte con el cerebro secundario zonas más altas, incluídas estructuras diencefálicas y telencefálicas, entre cuyos componentes están aquellos que conforman el sistema límbico.

 

 

Hemos dicho que la interacción de ambos cerebros es especialmente compleja y no exenta de muchas imperfecciones (capítulo 3), al punto que cada uno de estos cerebros (o procesadores) puede en muchos casos sugerir o estimular al individuo a tomar decisiones y acciones totalmente opuestas frente a una misma situación, generándose así condiciones que explican muchos de los conflictos, a veces muy graves, que caracterizan a las personas, y que históricamente han tratado de ser explicados como manifestaciones de enfermedad, locura, neurosis, psicopatía, etc. (famosas han sido en la historia humana numerosos casos de “contradicciones vitales”).

 

 

Una pregunta trascendental ha tratado de ser develada por muchos pensadores a través de la historia humana: es el hombre al nacer un libro en blanco, capaz de amoldarse absolutamente a la crianza y educación, y, en general, a toda la influencia del medio ambiente donde le toque vivir? O es por el contrario, un ser que ya viene pre-moldeado, predestinado a tener determinadas características y rasgos que lo acompañarán toda su vida?

 

 

Han existido autores que se han inclinado por cada una de estas opciones, aunque sin duda la primera es la que más apoyo “de los eruditos” ha tenido a través de la historia.

 

 

En la medida que continuemos con nuestro análisis, podremos ver que ambas posturas tienen elementos de verdad, y que la explicación definitiva, que hasta ahora parecía tan difícil de lograr, resulta mucho más simple de comprender si estudiamos el problema desde el punto de vista de nuestro esquema del doble cerebro, del binomio cerebral primario-secundario.

 

 

Nuestro cerebro primario viene pre-moldeado en gran medida (hardwired), con gran cantidad de información y respuestas pre-programadas (al igual como el de los demás animales).

 

 

En cambio, nuestro cerebro secundario, viene esencialmente “en blanco”, preparado tanto para incorporar información, desde el medio interno (nuestro propio organismo), y externo (medio ambiente), como para desarrollar una serie de capacidades.

 

 

Así, el ser humano trae en su procesador o cerebro primario un pre-programa, (viene “cableado”, “pre-programado”, trae un “chip”), genéticamente codificado, que incluye una gran cantidad de información, reflejos y reacciones ya listas para su ejecución, algunas muy simples y otras más elaboradas, para responder a un sinfín de situaciones, algunas de ellas vitales, que podría enfrentar durante su existencia.

 

 

En este aspecto el ser humano no difiere esencialmente de otros animales, como tigres, perros, ovejas, águilas, etc., que también traen su propia programación, la cual les permite, sin necesidad de ser “enseñados”, reconocer qué enemigos son más peligrosos, qué alimentos son o no adecuados, cómo y cuando desarrollar técnicas de caminar, correr, volar, etc.

 

 

Debemos anotar desde ya, reiterando lo expresado en capítulos anteriores, y como un hecho de la mayor importancia, que tiene una directa relación con la información genética de cada individuo y con los sistemas embriológicos en base a los cuales esta información se usa en la generación del cerebro del nuevo individuo, que esta pre-programación está caracterizada por una base general similar en todos los miembros de una misma especie, pero que al mismo tiempo contiene una gran variabilidad de un individuo a otro, determinando así, tanto para animales como para humanos, diferencias significativas en las respuestas (conducta) de estos individuos frente a un mismo estímulo, como también en la percepción que tienen unos de otros, y por cierto, de sí mismos y del mundo en que están inmersos.

 

 

Esta variabilidad es realmente enorme, con toda probabilidad mucho mayor que la variabilidad de los rasgos físicos, puesto que se expresa aún en los casos de gemelos idénticos, a quienes es más facil sin duda distinguir por su conducta y reacciones típicas que por su apariencia.

 

 

Más aún, es precisamente debido a esta gran variabilidad de la configuración del binomio cerebral primario-secundario, que resulta tan difícil caracterizar al hombre en base a un solo patrón de conducta. En la medida que todos los individuos son únicos e irrepetibles, es imposible caracterizarlos en base a patrones rígidos capaces de definir con precisión a la especie humana: existen tantas configuraciones como individuos, y cada configuración genera conductas más o menos diferentes.

 

 

Esto no significa, no obstante, que así como hay seres humanos físicamente parecidos, no puedan haber individuos conductualmente similares y agrupables, los que, a pesar de tener diferencias, pueden compartir rasgos muy marcados que resultan bastante parecidos.

 

 

Esto ocurre, por ejemplo, con todas aquellas personas que presentan rasgos sicopáticos originados en tendencias similares, tema al que nos abocaremos un poco más adelante.

 

 

Así, tanto en humanos como en animales, se podrán distinguir, muy tempranamente, ciertas características de comportamiento que asemejan, y otras que diferencian, a un individuo de otro u otros, como por ejemplo, respecto de rasgos tan primarios como valentía o cobardía, temeridad, tendencia a la dominación o a la sumisión, a ejercer o a apropiarse más o menos precozmente de determinados derechos, al uso del territorio, a la alimentación, etc.

 

 

Pero al mismo tiempo, y a diferencia de esos animales, el ser humano ha desarrollado en su evolución su segundo cerebro (procesador secundario), el cual sí viene “preparado para incorporar y estructurar gran cantidad de información”, y por tanto tiene una enorme capacidad de aprendizaje y desempeño, y que va desarrollándose y afinándose a medida que el individuo crece y se relaciona con el medio, por medio de sus 3 herramientas más distintivas y poderosas, la memoria, la imaginación y el lenguaje.

 

 

El cerebro secundario, que a diferencia de los demás mamíferos sólo ha alcanzado este altísimo desarrollo en el ser humano, se va nutriendo de información y experiencia a partir de varias fuentes: desde luego, desde el cerebro primario, que es el que hace “sentir” al individuo ( “desde el corazón”, en palabras de literatos y otros artistas), y desde el medio externo, a través de los órganos de los sentidos.

 

 

Todos los datos son recibidos, integrados, analizados y procesados por ambos cerebros, aunque en el caso del cerebro primario de modo inconciente y/o preconciente, en tanto que la recepción de información y su análisis por parte del cerebro secundario constituyen parte muy importante de la conciencia (y simultáneamente autoconciencia con enorme capacidad recursiva).

 

 

Toda esta información recibida, y capaz de ser analizada concientemente por el cerebro secundario, ha sido objeto de una serie de procesos de gran complejidad, respecto de los cuales hoy hay mucho más desconocimiento que certeza, procesos en los que han participado distintas y numerosas zonas cerebrales, todas las cuales se comunican y retroalimentan entre sí, tanto positiva como negativamente, a través de complejísimas redes neurales.

 

 

Como hemos dicho antes, la conducta final del individuo estará determinada por la compleja interacción de ambos cerebros, fenómeno que trataremos de caracterizar a continuación.

 

 

Un elemento esencial en nuestra teoría es el reconocer que la interacción entre ambos cerebros, por el mismo hecho de que el cerebro secundario tiene la capacidad de adaptarse al mundo actual, en tanto que el cerebro primario trae una preprogramación destinada a favorecer la supervivencia del individuo en condiciones de relación muy primitiva con el medio ambiente, (incluídos especialmente los demás seres vivos), es una interacción que muchas veces llega a ser francamente conflictiva.

 

 

Así, el cerebro primario puede estimular al individuo a tomar acciones totalmente opuestas a aquellas que sugiere el cerebro secundario, el cual ha “aprendido” a reconocer como más convenientes, prácticas y adecuadas, las conductas que consideramos propias de nuestro mundo moderno y civilizado.

 

 

De este modo podemos partir de la premisa de que todo acto o conducta de un individuo puede ser una respuesta al comando de su cerebro primario (especialmente cuando es más instintiva y emocional, preconciente o totalmente inconciente- incluso totalmente irracional) , o de su cerebro secundario, cuando es más reflexiva y analítica, o puede también ser un producto “mezclado”, originado en la influencia balanceada de ambos.

 

 

Situamos entonces en el cerebro primario, una preprogramación propia de nuestra especie mamífera, que se encarga de todo lo que es más “instintivo”, y en el cerebro secundario, todo aquello que es más racional.

 

 

El Filtro Afectivo.

 

 

Junto con esto, y debido a la existencia de las tendencias, que veremos a continuación, nuestro cerebro primario constituye un verdadero “filtro” a través del cual “sentimos” el mundo, tanto interior como exterior, y que nos da la base de nuestros “gustos”, “vocaciones”, y “valores innatos” (los cuales no necesariamente son aquellos “socialmente correctos” – ver capítulo 2).

 

 

Las Tendencias.

 

 

Mas aún, el cerebro primario trae pre-programadas una serie de “tendencias” innatas que serán propias de cada individuo, y que éste puede sentir con enorme intensidad, y que son capaces de determinar su destino en forma dramática, dependiendo de su fuerza y orientación.

 

 

Así, estas tendencias tendrán la capacidad de marcar la vida de una persona, especialmente en todos aquellos casos en que sean muy fuertes, pudiendo llevar al individuo por un camino meritorio y de éxito si son positivas, o por un camino muy negativo si son más bien contrarias al “bien común” y a lo “socialmente aceptado”.

 

 

Incluímos aquí varias de aquellas tendencias que caracterizamos como innatas e inevitables, en una concepción totalmente opuesta a la interpretación habitual y más común que sobre ellas se ha hecho (y se sigue haciendo) a través de la historia humana, y que las relaciona más bien con la “bondad”, la “virtud”, la “maldad” y/o el “vicio o pecado”.

 

 

Libre Albedrío?

 

 

Estas tendencias tienen la capacidad de influir, muchas veces en forma determinante, incluso en contra de lo que la racionalidad (cerebro secundario), recomienda, en la realización de determinados actos que analizados fríamente por un observador pueden aparecer como absolutamente “incomprensibles” e “inexplicables”.

 

 

O sea, en muchos casos una determinada conducta es “forzada por una tendencia propia del cerebro primario”, y, por tanto , no es producto de una decisión completamente “autónoma, libre y racional” por parte del individuo.

 

 

Esta es una consideración de la mayor trascendencia para el futuro de la interpretación de -y- la conducta humana, con potenciales repercusiones en todos los campos de nuestro quehacer.

 

 

Es más, en muchos casos, y contrariamente a lo que se ha aceptado históricamente, sucede a menudo que la parte más racional del individuo (cerebro secundario) no sólo no logra, aunque trate, de imponerse, cuando “opina” en contrario a lo que impulsa a hacer el cerebro primario, sino que incluso puede llegar al punto de “ponerse al servicio” de este cerebro primario, para la consecución de fines que este último presenta como imperativos inevitables (por ejemplo casos de venganzas metódica y elaboradamente concebidas, planificadas, y ejecutadas).

 

 

Así, planteamos como propio de todas aquellas conductas más instintivas e incluso irracionales, la circunstancia de que el cerebro primario domine sobre el secundario, y asignamos a la existencia de tendencias muy poderosas, que vienen pre-programadas en el cerebro primario, la causa de una serie de conductas que caracterizan a determinados individuos, entre las cuales las que más resaltan son aquellas contrarias al “orden social” normalmente aceptado como correcto y adecuado.

 

 

Entre estas tendencias podemos mencionar:

 

 

La tendencia a ejercer la violencia y/o a la amenaza para obtener determinados resultados, efectos o beneficios.
La tendencia a usar el engaño y/o la simulación con el mismo propósito anterior.
La tendencia a obtener y detentar gran poder y capacidad de dominio sobre los demás.
La tendencia a poseer grandes riquezas, en territorios, en especies, y en dinero.
La tendencia más o menos preferente y más o menos excluyente a la heterosexualidad, a la bisexualidad, a la homosexualidad, entre las inclinaciones sexuales más prevalentes.
La tendencia a la religiosidad como un elemento fundamental de guía moral , de apoyo frente a nuestros temores y a lo desconocido, y que nos permite “comprender y aceptar lo inexplicable”.
La tendencia a sufrir intensos sentimientos de culpa, circunstancia que nos debilita y nos hace “manejables”.
La tendencia a ayudar, a colaborar, a defender (y/o a “salvar”) a otros.
La tendencia a la inseguridad y al temor.
La tendencia a la sumisión.
La tendencia a ser temerario, valiente, lider.
La tendencia a la idealización, y al autoconvencimiento de que esas idealizaciones son o pudieran ser reales.
(Resulta más reconfortante pensar que lo que uno más quiere es lo que realmente existe, aunque no sea así, otra debilidad de la que se apovechan algunos inescrupulosos, caracterizados por tendencias mencionadas más arriba, y que existen en todos los ámbitos del quehacer humano).
La preocupación (o falta de ella) de mantener una adecuada imagen frente a los demás, resultando de ello, en determinados casos, la necesidad de ocultar nuestro verdadero sentir y/o pensar.
La tendencia a sentir (o a no sentir) naturalmente como “propios” los valores y principios que defienden la integridad de los individuos y las sociedades, al punto de ser (o no ser) individuos naturalmente inclinados al respeto de los derechos humanos, la justicia, el honor, la igualdad de oportunidades, el derecho a la vida, a la muerte digna, etc.

 

 

(De esto desprendemos que incluso la posición moral, religiosa y política de cada individuo son determinadas, o al menos influídas en gran medida, por el cerebro primario).

 

 

Como dijimos antes, este conjunto de tendencias, y según la intensidad de cada una, puede adoptar una “configuración” muy variada en cada persona, distinguiendo a ese individuo de los demás.

 

 

La Tribu.

 

 

Sin embargo, es importante resaltar el hecho de que existe también un conjunto pre-programado de inclinaciones destinadas a la protección del colectivo inmediato del individuo (aquellos con quienes se relaciona más directamente), las cuales han sido cruciales y determinantes en la capacidad de supervivencia de la raza humana, y han sido originadas y establecidas, con toda probabilidad, muy temprano en el proceso evolutivo del homo-sapiens. Se caracterizan porque en general los individuos las “conocen y comprenden”, independientemente de cuánto las “sientan como verdaderamente suyas”.

 

 

Así, existe una preprogramación probabalemente asentada en la parte más evolucionada del cerebro primario, si es que no en un área de transición que dió origen al cerebro secundario, consistente en un conjunto de tendencias que tienen como principal objetivo la protección de la comunidad más o menos inmediata a que pertenece cada individuo (familia, clan, tribu, etc).
Estas tendencias llevan implícito el concepto del “bien común” y un cierto “orden moral”, elementos claves para la supervivencia de ese grupo, y respecto del cual todos sus integrantes deben al menos aparecer ante los demás como genuinamente comprometidos.
De no existir por parte del resto confianza sobre la “lealtad” de un determinado integrante, el grupo caracteriza a ese individuo como potencialmente peligroso, y eventualmente merecedor de ser separado de la comunidad o tribu, con la pérdida de derechos y garantías que ello implica.
Desde luego, y dependiendo de la conducta de ese individuo, y de la gravedad de su falta o “traición”, puede llegar a hacerse merecedor de un castigo proporcional, incluída la muerte.

 

 

Desde el punto de vista del individuo, aquel que intuitiva y/o concientemente comprenda la importancia de este concepto, tratará siempre de aparecer como comprometido con el bien común, ya sea que lo sienta genuinamente o no, y se procupará de mantener una imagen que demuestre (o no) su verdadero sentir y/o pensar. Junto con ello, si logra aparecer siempre como leal al grupo, dice lo adecuado y aparece comportándose en forma apropiada frente a los demás, y tiene tendencia a resaltar más lo positivo que lo negativo de quienes lo rodean, se constituirá probablemente en un individuo de mucho éxito y popularidad (inteligencia emocional).

 

 

Así, y como consecuencia de esta preprogramación fundamental, seguimos y seguiremos experimentando como elementos de la mayor importancia, valores como la lealtad, la solidaridad, y el altruismo.

 

 

Podemos entender, de este modo, el origen del conjunto de los “valores sociales” que caracterizan nuestra vida en comunidad.

 

 

El Procesador Moderno.

 

 

Por otra parte, junto con el “sentir” que experimentamos en nuestra existencia a partir de nuestro cerebro primario, está nuestro “pensar”, el cual se origina fundamentalmente en nuestro cerebro secundario. Estas dos influencias no se dan en forma totalmente pura y separada, ya que probablemente nuestra “conciencia” proviene también de una interacción compleja de ambos cerebros, al punto que normalmente no discriminamos en forma fina cual de ellos está pesando más en una determinada evaluación que hacemos de cualquier situación específica.

 

 

Sin embargo, si hacemos un ejercicio más dirigido y atento de análisis, utilizando para ello nuestro cerebro secundario (sobre el que tenemos más “control”), comprendemos que en general todo lo que proviene del cerebro primario es aquello caracterizado por una emocionalidad fuerte, valórica, que “recibimos” ya más o menos elaborado en nuestra conciencia y que es de origen francamente pre-conciente o inconciente.

 

 

Debemos, pues, incluir en lo proveniente de nuestro cerebro primario todo aquello que parece “llegarnos desde el corazón”, “lo irracional”: “siento que estoy enamorado”, “odio a esta persona”, “siento que deseo intensamente lograr este objetivo”, mientras que todo aquello que es más análitico, que resulta de un proceso de evaluación más consciente, basado en la experiencia, en los conocimientos y capacidades adquiridas, es lo que proviene de nuestro cerebro secundario.
(“entrar en este negocio realmente no me conviene”, “si realizo esto que deseo tanto, podría ser sorprendido y caer en manos de la justicia”, etc.).

 

 

De esta manera, es en nuestro cerebro secundario, “racional”, donde reside nuestra capacidad más analítica, nuestra enorme capacidad de aprendizaje e inventiva.

 

 

Es también donde analizamos y valoramos nuestra conciencia moral, y donde, por tanto, percibimos todos los conflictos que nos produce comprender como “inconvenientes, inadecuados, o moralmente reprochables”, aquellos “deseos inconfesables” que pudieramos sentir provenientes de nuestro cerebro primario.

 

 

Quién Gana?

 

 

Ahora bien, el hecho de que una persona traiga determinadas tendencias pre-programadas en su cerebro primario, incluso si son muy fuertes y contrarias a la protección y la defensa de los derechos de las personas, no significa que automáticamente éstas tendencias vayan a expresarse sin ningún freno.

 

 

Por el contrario, como ya hemos expresado, existen distintos niveles capaces de oponerse, con distinto grado de éxito, según la particular “configuración” que cada “binomio cerebral” (cerebro primario-secundario) vaya alcanzando en las distintas etapas de la vida del individuo.

 

 

A las tendencias más puras, especialmente si son “negativas” , aquellos “apetitos inconfesables” se opondrán en mayor o menor medida variados factores, que de ser suficientemente poderosos podrán llegar a ser capacaes de bloquear totalmente la concreción de esas tendencias.
Entre estos factores debemos incluir , por cierto, nuestra “conciencia moral”.

 

 

Esta conciencia moral puede llegar a ser un verdadero “edificio” de mayor o menor fortaleza, que se va construyendo en base a una serie de ingredientes o partes que se integran para conformarlo.

 

 

Primero, de la codificación existente en el propio cerebro primario destinada a la protección del propio “clan o tribu” (que puede alcanzar sólo el entorno inmediato o ser más extendida: grupo familiar inmediato o extendido, barrio, comunidad, país, grupo de intereses comunes, hinchas de un determinado club deportivo, etc), las cuales en cada individuo, debido a la variablidad que hemos expuesto antes, pueden ser de fuerza moderada, o muy, o muy poco, marcadas.

 

 

Segundo, desde el cerebro secundario, por la serie de normas sociales “aprendidas” como parte de la educación familiar y escolar, aparte de la influencia y presión tanto de las personas de nuestro entorno inmediato, como a través de los los medios como diarios, radio , televisión, etc.

 

 

Tercero, de la convicción moral elaborada y dirigida que una persona puede lograr a partir de los elementos positivos que su religión le brinda. (Que lamentablemente vienen muchas veces mezclados con elementos negativos).

 

 

A la conciencia moral se agrega como factor que desalienta la concreción de las tendencias más negativas, el temor al rechazo y la reacción que el “entorno” pueda ejercer contra la persona, capaces de producir en la práctica un rechazo y castigo tanto moral como físico.

 

 

En la evaluación del riesgo de este rechazo y castigo potencial interviene directamente el cerebro secundario, en base a un análisis racional, al cual se agregan ingredientes provenientes del cerebro primario, del tipo de la tendencia a la temeridad, valentía, desverguenza, arrogancia, etc, que según su intensidad respectiva también son capaces de inclinar finalmente la balanza en el sentido de dar rienda suelta a ese “apetito” o no.

 

 

Junto a lo anterior, interviene como factor de consideración, y se suma también la influencia de ambos cerebros, la posibilidad de que estas “tendencias inconfesables” puedan realizarse, de haber un grado suficiente de “seguridad” de poder concretarlas en forma más o menos secreta o reservada.

 

 

Este rechazo y reacción pueden provenir de distintas fuentes, según la edad del “infractor”y el carácter y gravedad de la infracción: desde los padres y el entorno familiar más inmediato, de los propios pares coetáneos, de la comunidad más amplia si la persona es muy conocida y/o la falta es muy grave, de la justicia terrenal, de la justicia divina, etc.

 

 

Así, la persona puede vivir una existencia en que permanentemente coexisten y se debaten entre sí, produciendo más o menos tensión en el individuo, estas fuerzas opuestas, su tendencia más básica, cuando es contraria al orden social y moral, versus su conciencia moral y el temor por las consecuencias de su concreción.

 

 

En esta contienda, la posibilidad de que estas tendencias se expresen o no dependerá de la fortaleza relativa de ambos cerebros, y de la dinámica circunstancial de un momento determinado, que podrá hacer que unas se hagan más fuertes que las otras.

 

 

Futuro Optimista?

 

 

Independientemente de lo pesimistas u optimistas que seamos respecto de las fortalezas y debilidades de la especie humana, es un hecho innegable que nuestro cerebro secundario se va haciendo en el tiempo, a través de las generaciones, cada vez más fuerte y desarrollado frente al cerebro primario, y que por tanto, nuestra raza se va haciendo, en general, cada vez más humana y civilizada.

 

 

No obstante ello, también es un hecho el que deberemos seguir conviviendo por mucho tiempo con la importante cuota de sufrimiento provocada por la conducta de todas aquellas personas cuyos cerebros primarios prevalecen demasiado sobre sus cerebros secundarios, dando rienda suelta a conductas perjudiciales para si mismos y para quienes los rodean, especialmente cuando se viven situaciones de marcada desigualdad social, de enormes diferencias de nivel de vida, de gran desigualdad de oportunidades, (aca el único remedio es en el mediano y largo plazo la existencia de educación de calidad para todos), y al mismo tiempo en entornos permisivos que no desalientan con adecuada fuerza la conductas reprochables, dañinas, y/o francamente criminales.
Respecto de las implicancias de esto, y de las necesarias modificaciones en los sistemas educativos, preventivos y represivos que la sociedad humana deberá implementar, si verdaderamente queremos disminuir más rápidamente la incidencia del abuso, la violencia, el crimen, y las defraudaciones de todo tipo, conversaremos en los próximos capítulos, y dedicaremos al menos uno especialmente, al trascendente tema de la delincuencia .

 

 

Stay tuned ;)

 

 

* Esta proposición teórica ha venido siendo concebida por mí, en base a la reflexión pura, desde hace ya varios años. Sólo recientemente ha llegado a mi conocimiento la existencia del trabajo de Paul MacLean y su teoría del triple cerebro (The Triune Brain). Si bien he leído algunas referencias y comentarios sobre esta teoría, que parece incluir conceptos que son muy parecidos a los míos en cuanto a la probable existencia de competencia y conflicto entre estos cerebros, que gozarían de distintos grados de autonomía e independencia, no deseo adentrarme aún a estudiarla en detalle, con el objeto de poder seguir elaborando mi propia teoría sin sufrir un mayor grado de influencia por parte de ese trabajo.

 

 

Jorge Lizama León.

 

 

Santiago, Abril de 2008.